miércoles, 24 de enero de 2007

VISION CRITICA DEL LAICISMO EN AMÉRICA LATINA



Pues bien, iniciaré citando del acopio de frases ajenas: “que el laicismo no es otra cosa que un marco de relación en el que los ciudadanos podemos entendernos, sin entrar en temas a los que cada individuo aplicamos nuestras íntimas convicciones personales. Laicismo es levantar puentes que permitan comunicarnos desde la desigualdad, pero en convivencia, porque se trata de unir lo diferente. Laicismo es sinónimo de tolerancia. El laicismo carece de connotaciones doctrinarias y no se ve obligado a luchas anticlericales, aunque las doctrinas sean legítimas, y sea legítimo también no estar de acuerdo con ciertas posturas del clero. Gracias a esta concepción del laicismo nos es dado ver en cada uno de nuestros conciudadanos a seres libres e iguales a nosotros, sin que nos deba importar la etnia a la que pertenezcan, el partido político al que voten o las convicciones que zarandeen su espíritu.”
Evidentemente, la separación del estado con la iglesia, deviene de una suerte de eslabón necesario para conseguir el ejercicio pleno de las libertades y que satisfaga la necesidad imperiosa de ser tratados todos por iguales. Precisamente estos preceptos tomados como emblema de algunos grandes cambios históricos (libertad, igualdad y fraternidad) y expresados no solamente en este tema y cuerpo ideológico (pues precisamente subyace a la expresión de ideas…. sobre el manejo del estado, la pretensión del bien común, la coexistencia pacífica, ideas generatrices… etc.) evidencian el arduo trabajo que implementan algunos grupos referidos a la consecución del laicismo “real”, coligiendo esta demarcación justamente en la certeza de que del dicho al hecho hay mucho trecho. Tomando distancias con el inmovilismo propio de los “consensos y la tolerancia”, casi se hace imperativo elevar una voz de alerta, ante el estado de laicismo en nuestro país y el Latinoamérica.

En el terruño propio (ciudad de Loja en Ecuador) y siendo un simple espectador de los acontecimientos que se han encaramado en la prensa local, muchas veces pasamos por “normal” las imprecaciones ostentadas por personajes que les da por fácil y lógico en erigirse en los custodios del bien moral público. En otras partes dichas declaraciones altisonantes incluidas en alusiones provocan la ira entendible de quienes han dado a llamarse librepensadores contemporáneos, desde legislaciones relacionadas a la libertad de procreación, el retorno sutilmente esperado de la asignatura de religión en los establecimientos mayoritariamente privados, lo cual no importaría, pero también la sólo idea de ponerlos en la mochila del escolar fiscal ecuatoriano (como alusión a la mediocre actuación de Durán Ballén). No se diga la inmutabilidad del clero lojano ante el requerimiento ciertamente razonable, de aquella junta parroquial elegida por la mayoría de habitantes del sitio preciso en donde se levanta la basílica de El Cisne, indignados reclamos, éstos últimos, que han pasado de los encendidos debates seudo políticos a pequeños murmullos mediáticos… silenciados de una manera curiosa.

Precisamente, es que nos pasa aquello… que el laicismo o la laicidad (si de moderar posiciones adogmáticas se trata) del hoy, ha dejado por saldar algunas cuentas, de aquellas afirmaciones de “primera generación” entre las cuales irrenunciablemente hoy podemos dejar sentado por obvias algunas instituciones laicas como el matrimonio civil, el voto femenino, la educación fiscal, a los requerimientos contemporáneos antes la mencionada arremetida en el sentido contrario.
“Nos encontramos, pues, conque nuestro declarado laicismo vuelve a ser relevante. Y lo es, porque su objetivo no sólo apunta a enfrentar el dogmatismo religioso. El laicismo nació como una barrera que debía proteger la libertad de pensamiento frente a la superstición, al fundamentalismo, al totalitarismo. Era el faro que debía irradiar sobre la sociedad la tolerancia, como factor indispensable para que ésta pudiera desarrollarse.
El laicismo hoy, más que nunca, hace honor a su definición contra cualquier tipo de dogmatismo, sea político, social, económico, religioso. Pero, al mismo tiempo, se define por ganar cada vez mayores espacios para la cultura de los ciudadanos. Por recuperar en las instancias mediáticas ciertos niveles de educación que la comunidad tiene que recibir. De ello depende, en gran medida, la fortaleza moral que acompañará a la sociedad. Porque son los medios quienes hoy fijan pautas de comportamiento, imponen costumbres y modas. Por la vía de la estética llega a la ética y de allí estimulan comportamientos morales que ciudadanos poco informados y ya influidos por mensajes abiertos o subliminales de extraordinaria potencia, no son capaces de rechazar. Están incapacitados para ejercer de manera adecuada el discernimiento.
Este es otro de los compromisos del laicismo. Un compromiso que tiene que ver con la igualdad. Con la necesidad de que todos dispongamos de la posibilidad de alcanzar estadios más altos de educación, teniendo como único límite nuestras propias capacidades intelectuales. Y, en las actuales condiciones, ya no basta con la instrucción en el aula. Sobre todo porque la estructura educativa cambió. En la actualidad, la madre debe enfrentar la necesidad de afirmar el presupuesto familiar haciendo aportes concretos a través de su trabajo, que generalmente realiza fuera del hogar. Por lo tanto, la formación que reciben sus hijos en casa proviene cotidianamente de la TV. Cada chileno tiene, en promedio, una sesión televisiva de tres horas diarias. Y si este resultado se estratifica por edad, el promedio horario aumenta en los más jóvenes.
El laicismo que podemos concebir en estos días debería visualizarse también como defensor del libre examen, rechazando la exclusión, estimulando profundamente la tolerancia, en la medida en que acepta la diversidad, luchando por conquistar nuevos espacio para el ciudadano en las más variadas actividades, aunando esfuerzos por intensificar la democracia, la solidaridad.
En la actualidad, el Congreso discute una ley de divorcio vincular (la cita se refiere a la situación chilena). La Iglesia Católica ha desarrollado toda su variada batería de presiones para impedir que tal proyecto gubernamental sea aprobado. De tener éxito en su propósito, Chile seguirá siendo uno de los dos países que en el mundo carecen de una ley que norme la separación de cónyuges que enfrentan un fracaso matrimonial. Tal realidad ha sido posible gracias a la férrea postura impuesta por las jerarquías eclesiásticas en el pasado.
Pero en esta oportunidad han ido más allá. Pretenden que el Congreso Nacional desconozca avances alcanzados a comienzos del siglo XX, luego de largas luchas en que el laicismo logró que Estado e Iglesia separaran sus esferas de acción.
Esta es la clara manifestación de un pensamiento conservador, fundamentalista, que intenta imponer sus particulares punto de vista a toda la sociedad. Independientemente del derecho que le corresponde a la Iglesia Católica de dictar normas morales para sus fieles, el conjunto de la comunidad no tiene por qué aceptar su visión de mundo. Es la libertad de pensamiento la que se encuentra amenazada.”[1]
Y es que a nuestro país le pasa algo parecido, sumergido en aquella aletargada somnolencia característica “la crisis” que ya por costumbre se nos ha vuelto cotidiana, se le ha pasado por alto acontecimientos preocupantes, vale decir esto ha ocurrido con la anuencia, por no decir complicidad, de los políticos quienes eluden recurrentemente el afrontar temas lesivos a la conciencia mayoritariamente confesional.
Y es que el problema, al fin y al cabo, se resume en la satisfacción también de las minorías, quienes no han tomado postura por la religión mayoritaria, deberían acostumbrarse y adaptarse a los parámetros de la mayoría?. Aquellas dudas abordadas ya hace mucho tiempo por los librepensadores, hoy son aún tema de discusión, en un entorno, que a nivel mundial ha extremada el odio racial y religioso.
El librepensamiento es propio del ser humano que ha evolucionado y que pone la Razón por encima de otras consideraciones acomodaticias cubiertas, casi siempre, por el manto de una religiosidad basada en prejuicios y dogmas indiscutibles y que considera a la humanidad como menor de edad, todo ello en beneficio de unas determinadas oligarquías que han hecho un ensamblaje perfecto entre el "Trono y el Altar" para mantener sus privilegios y su dominación sobre los diferentes grupos humanos.
Las castas políticas y religiosas han ido desde los tiempos antiguos, y durante muchos años, estrechamente unidas y de común acuerdo para dominar a la humanidad, ya que ello les resolvía a ambas su necesidad de defensa: defensa material contra el hombre mismo y los animales salvajes y dañinos, y defensa espiritual contra las fuerzas ciegas y brutas de la naturaleza.
Por ello la esencia del librepensamiento es su lucha contra las imposiciones ideológicas y los dogmas religiosos manteniendo como elementos básicos en su pensamiento la no aceptación, sin discusión y críticamente, de las ideas del poder establecido, el rechazo de la validez legitimadora de lo que algunos malentienden por tradición y la crítica de las autoridades establecidas.[2]
“El extenso y complejo subcontinente que es América Latina está sellado por un denominador común: la conquista y colonización hace cinco siglos por los imperios español y portugués, uno de cuyos elementos indisociables fue la evangelización católica. La instauración en el curso del siglo XIX de repúblicas independientes en América Latina, se inspira en el modelo liberal de la Revolución francesa y se promulgan las Constituciones que definieron los principios formales que idealmente debían orientar la nueva sociedad. Sin embargo, la necesidad de secularización, que subyace a los principios de libertad e igualdad, fue heterogénea y existe en América Latina diferentes grados de relación entre los Estados y la iglesia católica.
Es en América Latina, dónde por primera vez se refleja la idea de laicidad en una norma de rango constitucional: es el caso de la Constitución Política de los Estados Mexicanos como resultado del proceso iniciado en la Constitución de 1857 y posteriormente plenamente vigente en la de 1917, con artículos muy precisos en materia de educación, culto, propiedad, etc. Sin embargo, los ideales de modernidad le supusieron a México enfrentar la rebelión cristera (1927-1929), promovida por la jerarquía católica que se levanta contra la nueva Constitución y la República.
Existen otras Constituciones laicas, como la de Cuba y Uruguay. En el otro extremo países como Argentina y Bolivia siguen siendo Estados que sostienen el culto católico sin apreciables esfuerzos de separación.
Un aspecto común en los países es escuchar a políticos, intelectuales aseverar la ya existencia de separación entre Estado e iglesias, o declarar que los Estados son laicos; hipótesis que podría explicar el por qué la defensa de la laicidad no es un tema prioritario en la agenda política de las democracias latinoamericanas, además del costo político de enfrentarse a los poderes clericales. Sin embargo, esta posible laicidad formal –confusa en las Constituciones- queda anulada a través de un conjunto de normas que otorgan privilegios a la iglesia católica fundamentalmente, a cuya cabeza están los Concordatos con el Vaticano que son entendidos como acuerdos bi-nacionales de rango superior a las leyes comunes que implican injerencia de la iglesia católica en las políticas públicas, principalmente las educativas y por tanto, discriminación de las personas no católicas y vulneración del estado de derecho.
En febrero el 2004, se ha desatado una polémica en Argentina sobre la relación entre el Estado y la Iglesia Católica a partir de la candidatura oficial para cubrir la vacante en la Corte Suprema de Justicia de Carmen Argibay, por definirse como atea militante y a favor de la despenalización del aborto. La iglesia católica ha desarrollado una sostenida campaña para tachar esta candidatura, incluyendo un comunicado público de la Conferencia Episcopal Argentina. En ninguno de los argumentos de esta Campaña se cuestionan las competencias profesionales para ejercer este cargo; sino la manera de pensar de la jurista. Curiosamente, al igual que le ocurrió a Alfonsin con la ley de divorcio civil, esta será una prueba de fuego para el presidente Kirchner.
Ayudado por el marco legal, engañosamente secular, en las sociedades latinoamericanas, en distintos grados, la iglesia católica ha mantenido un rol de interlocutor privilegiado de los gobiernos, y un insistente protagonismo en las áreas claves de educación y políticas sociales. Si a esto se añade que América Latina es el continente con mayor número de población y organizaciones católicas en el mundo, es difícil suponer que el Vaticano renuncie fácilmente a su ejercicio de poder en el ámbito político, social y cultural de nuestros países.Una consecuencia de esta configuración es una fuerte inhibición por parte de los políticos a emprender un debate secular sobre las políticas públicas propiciadas por el Vaticano en los países donde posee influencia. El temor se sitúa no sólo ante el poder político de la Iglesia católica, sino ante el poder social, de control social, que tiene la iglesia católica, a través de un instrumento de vital importancia, la educación.
Un segundo aspecto importante es que estos “jueces de la moral pública”; difícilmente asumen la responsabilidad que adquieren al influir, limitar y trastocar las políticas públicas para impedir el libre desarrollo de los proyectos personales. ¿quién rinde cuentas de las miles de mujeres desescolarizadas por embarazos no deseados? ¿quién se hace responsable de la genocida omisión de oferta de condones y tratamientos para protegerse del VIH o sus consecuencias? ¿quién se hace responsable del familismo que implica miles de muertes de mujeres cada año asesinadas por sus parejas?. Las herramientas de los derechos humanos pueden ayudarnos a revisar la discriminación y exclusión de muchos hombres y mujeres producto de graves omisiones en nuestras políticas públicas. Este es un camino desde dónde podemos interpelar y exigir la secularización.
Un Estado laico significa que iglesias y Estado están realmente separados, y dónde el Estado no sólo es neutral (aconfesional), ya que debe intervenir para ubicar a las creencias en el ámbito privado, aunque los creyentes y sus organizaciones puedan tener manifestaciones en el espacio público. Implica que las religiones se sometan a las leyes comunes. En ese sentido es importante revisar los privilegios tributarios, educativos, y en materia de participación que tiene la iglesia católica en América Latina. El Estado laico tampoco debe reconocer a ninguna religión, son los creyentes los que deben hacerlo. La democracia es laica o no es democracia. Los Estados confesionales como el Vaticano o Irán no se legitiman en la soberanía popular y contradicen el principio mismo de la convivencia democrática.
El problema no son las opiniones, discutibles en un espacio democrático; lo inadmisible es como estos actores privados operan de manera privilegiada en la agenda política, rompiendo el principio de igualdad básica; y promoviendo de manera belicosa políticas religiosas.[3]

“El laicismo en la educación, responde a las necesidades de un pueblo como el nuestro (se refiere a Uruguay) , que ha aspirado a asegurar la libertad de conciencia, a afianzar mediante la educación, una forma de gobierno y un sistema de vida democráticos, en los que se exprese el pluralismo social y político del país y a respetar plenamente las garantías individuales y los derechos de todos.

La educación laica, es condición indispensable del desarrollo libre de los individuos, pues asegura la libertad de conciencia, tanto la de quienes adoptan alguna religión, como la de quienes no lo hacen. Además, ha evitado conflictos, privilegios, exclusiones y discriminaciones, que pueden dividir profundamente a los ciudadanos, y ha puesto a salvo de dichos conflictos a las comunidades escolares al respetar la libertad de creencias de los niños y de sus padres, aun siendo minorías, garantizando así el principio de igualdad.
Una escuela no es el lugar donde se deban examinar creencias, sino donde se ofrezca ese marco de valores universales que hacen posible la convivencia de personas con diferentes credos y costumbres, y que ayuda al estudiante a revisar los que le son propios. Se debe proporcionar al alumno nociones y saberes, a fin de que construya respuestas para las grandes interrogantes que lo inquietan, y para poder elegir con fundamento las propuestas a las que se adhiere y sobre las cuales desea edificar su propia vida.”[4]

Y debo rescatar precisamente estas últimas palabras, respecto que nuestros países deben incluir en la educación un cúmulo de valores vivenciales eminentemente adogmáticos y universales que fortalezcan el proceso individual de crecimiento, algo que en los últimos tiempos ha sido un tema recurrente al diálogo social y educativa, el de retomar el concepto de formación cívica y de lugar natal, aplicada las tendencias manifestadas.


En la actualidad las posturas iniciales del laicismo continúan teniendo vigencia. Algunos pensadores cristianos que defienden el laicismo señalan, sin embargo, que si se admite que las religiones poseen unos valores positivos para la ciudadanía, el estado laico debe auspiciar y ayudar al desarrollo de estas confesiones. A mi modo de ver ello no responde realmente a una auténtica defensa de la igualdad, sino que de, modo encubierto, se pretende que perduren las influencias y las concepciones que existían anteriormente. Otros pensadores consideran que las ideas y creencias religiosas son nefastas para la humanidad y por ello defienden que el estado laico actúe beligerantemente frente a ellas.

Tanto es así, que se han apartado lugares, se han escogido armas y escenarios y en este franca arremetida de la iglesia católica se ha venido a afirmar lo siguiente:

“el diálogo entre laicos y cristianos es siempre problemático, aun cuando el creyente “hombre de fe” puede muy bien ser también “hombre de razón”, sin tener que sentirse por esto laicista. En realidad, como observa G. E. Rusconi, “en la coyuntura político-cultural que está delineándose, está adquiriendo más importancia la distinción entre laicos y católicos que aquella entre izquierda y derecha” (La Stampa, 25 de abril de 2000; ver G. E. Rusconi, “Laici e cattolici oggi” (Laicos y católicos en la actualidad), en il Mulino, n. 388, marzo-abril de 2000, 209-221).

Por lo cual juzguen ustedes amigos estamos haciendo una tormenta en un vaso de agua, o definitivamente se nos vienen tiempos de fronda.?
[1] Senador Enrique Silva Cima, Comunidad Virtual de Gobernabilidad, Desarrollo Humano e Institucional (Chile)


[2] Masonería, Laicismo y Librepensamiento, Josep Corominas i Busqueta.
[3] ¿ESTADO LAICO EN AMÉRICA LATINA?, Ana Güezmes, Editorial en Internet, PERU
[4] Jorge W. Ganón “ESCUELA HIRAM, 150 AÑOS DE LAICIDAD”

3 comentarios:

Unknown dijo...

Estimado Jeamil Burneo,

Gracias por tu visita y tu comentario en el weblog de los Celicanos, habrá oportunidad para comentar de tus opiniones en tu blog, me parecen interesante discrepar en algunos temas que por mis creencias ideológicas son opuestas, pero lo importante de todo es que somos lojanos y eso no se lo compara por nada del mundo.

Un gustaso....bienvenido siempre!.

Milton Ramirez dijo...

Hace mucho tiempo que en Ecuador no se habla peor se escribe a cerca del laicismo. Buen post y por favor sigue escribiendo, veo que tienes muchas cosas que decir y contar. Gracias por visitarnos. Agregado al blogroll de blogs lojanos!

maria isabel punin dijo...

Disfrute mucho de la visión del laicismo....
En tu perfil tengo algunos comentarios sobre "la objetividad" de tus pasiones, dedicaciones y credos, ja.ja. ja .
Igual... un fuerte abrazo para ti
maria isabel