sábado, 1 de marzo de 2008

EL TERRITORIO DESORDENADO*

A propósito del mentado Ordenamiento territorial, que muchos aluden, algunos repiten y pocos esclarecen, su importancia proclamada actualmente, inclusive en la majestad que le compete a la Asamblea Constituyente, no termina de satisfacer a todos en certezas. Dentro de aquella vehemencia por clausurar los locales maltrechos, que otrora se levantaron en suntuosas sedes de “tiendas” políticas, se fueron quedando callados los ratones de biblioteca, los eminentes ideólogos y hasta los “repite cosas” de siempre, que generalmente redactaban los manifiestos públicos, las declaratorias ideológicas o por lo menos las convocatorias a reuniones del Partido. Y de repente, nos hacen faltan puntualizaciones que definan estos escenarios abstractos, este en particular, parece que es totalmente nuevo para algunos herederos contemporáneos de los gurús de las partidocracias en agonía. Pues en la dinámica clásica de la actuación de las instituciones pocas veces se ha considerado dentro de la planificación (en el furtivo caso que se tuviera alguna) al ordenamiento territorial como su sustento real. Este vacío en el “imaginario colectivo” confronta también al ciudadano con profundas dudas sobre la pertinencia de la existencia de la Mesa de Ordenamiento Territorial, las luchas encarnizadas sobre la delineación de las regiones horizontales, la supresión o aparición de niveles de gobierno, y su incidencia explícita en la vida real del ecuatoriano.
Preocupante esta apatía sugerida en la desmovilización de la opinión pública ante este tema, entendible tal vez, pues nos hemos ido acostumbrando al ejercicio clientelar de la política, “a dedo”, o “al ojo”. Es una muestra de madurez destacable, el hecho que se haya insertado al Plan de Desarrollo Nacional como base orientadora para la nueva Carta Magna, precisamente por dar al traste con los vicios operativos mencionados, y doblemente interesante esta mirada intencionada al plano de lo técnico, cuando se ha encumbrado en los terrenos de la alta política al ordenamiento territorial.
Pues no solamente se trata de quien convence más al ir delineando el nuevo mapa del Ecuador, con 5, 7 o 9 regiones, ni de “hacer mapas bonitos” como alguna vez manifestó un extraviado amigo, sino en contrastar, analizar y organizar el territorio considerando información eminentemente técnica y objetiva, en donde subyacen las características demográficas que implica conocimiento social, migratorio y cultural. Paralelamente contrastar la vocación productiva de la tierra, las características biofísicas del suelo, la presencia de factores de riesgo. Para aquello la tecnología ya ha presentado alternativas asequibles a los niveles de gobierno en cuya descripción no he de redundar, no si bien seguir abrigando la esperanza de que una vez inserta la planificación en el ejercicio del gobierno, la aplicación del ordenamiento territorial y la planificación espacial sea efectiva, las planificaciones operativas y los presupuestos se convertirán en una herramienta de trabajo y será la única posibilidad para optimizar recursos que con el esquema actual se emplean de manera deficiente.

¿De qué manera se ordena el territorio sin conocer sus especificidades? Esta es la pregunta para los referentes públicos que se han manifestado en el tema. No volvamos a caer en las precariedades conceptuales a las cuales nos condujo la Planificación Estratégica, como digna herramienta de los teóricos de sistemas empresariales extranjeros y por lo tanto eminentemente neoliberal, la planificación, en serio, parte del exhaustivo conocimiento del territorio, en cuyo caso juega un papel importante los sistemas de información geográfica, la generación de matrices socioeconómicas y sistemas de alerta temprana de riesgos, aquello que no lo consiguen ni de lejos los focus group, las intencionadas asambleas participativas y las famosas visiones y misiones institucionales que plantearon por largo tiempo los planificadores estratégicos. Por supuesto que la planificación física (espacial o territorial) plantea cronogramas mucho más complejos y eventualmente más onerosos en recursos de todo tipo, pero no es menos cierto que su aplicación rigurosa nos generará precisamente planes largo plazo, lo cual es éticamente más conveniente que un plan de Gobierno de 4 o 6 años.

*A propósito del desarrollo de la Asamblea Constituyente del Ecuador y su Mesa de Ordenamiento Territorial

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